- ¡Mando, aquí el
capitán Weegum! ¡Mando, respondan, por el Trono! -otra bomba
estalló cerca del edificio que usaban como sala de comunicaciones.
Llamarlo edificio era ser amables; era más bien una ruina que
todavía se mantenía en pie el Emperador sabía porqué.
- Capitán, aquí el
Centro de Mando. Le recibimos con dificultad -la voz tranquila del
operador de comunicaciones se veía interrumpida por las
interferencias y la estática.
- ¡Solicito refuerzos,
repito, solicito refuerzos de inmediato! -la estructura se estremeció
de nuevo, y una lluvia de polvo y pequeños fragmentos del techo cayó
sobre el puesto de comunicaciones- ¡La situación es incontenible!
¡Nos están desbordando! ¡Envíen refuerzos, por el Trono!
- Negativo, capitán.
Deberá mantener la posición con los efectivos disponibles. El
Mariscal no pu...
Weegum cortó la
comunicación con un golpe de rabia. Ese estúpido Mariscal no tenía
ni idea de lo comprometida que estaba la situación. La cadena de
mando del Octogésimo Quinto de Cadia se había ido al carajo. El
coronel Ferman y el mayor Hanador habían muerto junto con casi la
mitad del regimiento, y con aquel intenso bombardeo, a penas podían
comunicarse entre los que quedaban. En apenas un par de días, habían
perdido todo el terreno ganado el mes anterior. El contraataque había
sido devastador. El mismísimo Déspota lideraba las tropas del
archienemigo, y había sido él quien había acabado con la vida del
coronel en combate singular casi sin despeinarse, y eso que el
coronel era un veterano condecorado de incontables batallas.
- ¡Sargento! -el furioso
grito de Weegum resonó por encima del bombardeo. Casi al instante,
el sargento Garvel se presentó ante él- ¡Se acabó, al cuerno
todo! ¡Nos largamos de aquí! ¡Ordena a todas las unidades que se
retiren! ¡Retirada general!
- ¡Si, señor!
- ¡Y quiero que minen
las posiciones que dejamos atrás! Si esos cabrones van a quedarse
con estas ruinas de mierda, se llevarán una desagradable sorpresa.
El sargento Garvel salió
corriendo a transmitir las órdenes, cuando entró el comisario
Ravian. Solo con verle la cara, Weegum supo que había escuchado sus
últimas órdenes. Llevaba la funda de la pistola bólter
desabrochada.
- No quiero ni oírle,
comisario. No me voy ni a molestar en explicarle la situación. Ya
puede oírla usted mismo -Weegum hizo un gesto con la mano, abarcando
todo el edificio-. Nos están masacrando. Esto ya no es cuestión de
disciplina, es cuestión de sentido común. Quedarnos aquí y morir
no aportará nada.
- Capitán Weegum, la
retirada no es una opción -Ravian hablaba con voz firme y
autoritaria-. Las órdenes del alto mando eran mantener la posición
y defenderla del archienemigo. No voy a consentir este desacato.
- ¡Venga ya! ¡Por el
Trono, Ravian! ¿Qué va a hacer, pegarme un tiro? ¡Hágalo, y
entonces sí que estaremos perdidos! -el comisario desenfundó la
pistola- ¡Vamos, le reto! ¡Dispare si tiene coj...
- ¡Señor! -un soldado
entró en la sala a la carrera- ¡Señor, tiene que venir a ver ésto!
¡Es un milagro!
Weegum y Ravian se
miraron, confusos. El comisario volvió a guardar la pistola y ambos
salieron corriendo tras el soldado. Fuera del puesto de
comunicaciones, se desataba el infierno. A unos cincuenta metros de
allí, sus hombres defendían las barricadas que habían levantado a
toda prisa. Su compañía estaba apostada en una amplia calle, y las
tropas del archienemigo habían tomado posiciones en los edificios en
ruinas de enfrente. Una cortina de fuego láser inundaba la tierra de
nadie. Proyectiles de mortero y granadas estallaban tras las
barricadas, matando a sus hombres, o se quedaban cortos y levantaban
columnas de escombros. La situación era insostenible. Pero en ese
momento, Weegum y Ravian los vieron. En el flanco izquierdo,
atravesando las barricadas que sus hombres habían levantado, vio
tres inmensos tanques de asalto que se lanzaban contra las líneas
enemigas. Eran tanques blindados modelo Rhino, pintados de negro.
Aquello sólo podía significar una cosa...
- Capitán -una
atronadora voz sonó a sus espaldas. Weegum y Ravian se volvieron-.
El Adeptus Astartes del Emperador, ha llegado.
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