Bueno, bueno. Por fin ha llegado el día. Nueva entrada con más y mejor. Esta vez, he hecho caso a las críticas y he sustituido las comillas por el clásico guión en los diálogos. Espero que disfrutéis.
Damien
Cabalgaba como nunca había cabalgado
en su vida. Era una carrera, una carrera a vida o muerte. Llevaba
todo el día cabalgando a toda velocidad, cruzando los pasos y
atravesando valles. La noche estaba a punto de acabar, y por fin,
vislumbró la silueta de la imponente fortaleza cortada contra el sol
naciente. Bastión de Tormentas. Por fin llegaba a su destino,
agotado y entumecido. Se sorprendía de que su montura no hubiera
desfallecido aún; seguramente comprendía también la gravedad de la
situación. Cuando estuvo más cerca, pudo distinguir el bosque de
pabellones que conformaba el vasto campamento de guerra de las
huestes de Lord Robert.
- He de ver a Lord Robert de
inmediato.- El escudero que le estaba atendiendo dudó durante un
instante. - Traigo un mensaje de gran importancia. Es menester que lo
vea sin demora. - Finalmente, el escudero decidió acompañarle al
pabellón de Robert Baratheon. Era fácil identificarlo, pues era el
más grande, y estaba coronado por un estandarte enorme que mostraba
el ciervo rampante de la casa Baratheon.
Damien irrumpió en plena discusión.
- ¿Quién sois, que osáis interrumpir
el consejo del Rey? - Damien no reconoció al señor que había
hablado, cuyo emblema eran tres hebillas de latón. Por un momento,
pensó que había obrado mal. Interrumpir el consejo de guerra de
Lord Robert podría incurrir en su ira.
- Esperad, Ralph. - dijo un hombre con
un cuervo negro en su escudo. - Es Damien Hawthorn, mi primo. Hacía
muchos años que no te veía. - Damien sonrió aliviado cuando Ronnet
Morrigen, señor del Nido de Cuervos, le saludó. Tras estrecharle la
mano, Ronnet se dirigió al perplejo señor de Bastión de Tormentas.
- Mi señor, este hombre es amigo y familiar. Si ha venido de tan
lejos con tanta urgencia, es que tiene algo importante que contarnos.
- Así es, mi señor. - Damien se
arrodilló ante el joven Baratheon.
- ¡Hablad ya, maldita sea! - La
potente voz de Robert inundó el pabellón, haciendo que los señores
allí reunidos callaran. - Espero que la interrupción merezca la
pena, porque si no, alguien pagará.
- Mi señor, hace unos días, mi padre
Dovyn Hawthorn desoyó la llamada de los Tyrell y alzo sus
estandartes por vuestra causa. Ahora mismo, se dirige hacia aquí con
quinientos hombres para apoyaros. - Los lugartenientes de Robert
asintieron y murmuraron en aprobación, sin embargo, Robert Baratheon
seguía en silencio, pues había intuido que aquella buena noticia no
era la única que traía Damien. - Sin embargo, mientras cruzábamos
los pasos, interceptamos un mensajero. Llevaba ordenes para Lord
Cafferen. Mi padre me ha enviado para avisaros, mi señor, los
Cafferen, los Grundison y los Fell planean reunir un gran ejército
en Refugio Estival para aplastar vuestra rebelión.
Durante unos segundos, se hizo el más
absoluto de los silencios en el pabellón. Damien sabía que eran
malas noticias. Si aquellos tres señores llegasen a reunirse y
plantar cara a Robert Baratheon, ¿qué impediría que otros señores
de las tormentas hiciesen lo mismo?
- ¡Nos marchamos en una hora! - el
repentino aullido de Robert sorprendió a sus lugartenientes -
¿Maldita sea, no me habéis oído? ¡He dicho que nos marchamos en
una hora! ¡Me llevaré toda la caballería y las tropas más
frescas! Viajaremos a marchas forzadas a Refugio Estival antes de que
esos tres presuntuosos se reúnan.
- Mi señor, ¿qué ocurre con el
asedio del Nido del Grifo? -preguntó Lord Swann- Los Connington
todavía son leales al Rey.
- Nido del Grifo es un castillo
pequeño. Llevaos a vuestras tropas allí y organizad un sitio. Ya
nos ocuparemos de Connington en su momento. Mi hermano Stannis se
quedará en Bastión de Tormentas con mil hombres y mantendrá la
plaza. Bien, creo que mis ordenes han quedado bien claras. En una
hora marcharemos sobre Refugio Estival, y por los Siete Infiernos,
ganaremos la primera batalla de la guerra.
Damien no daba crédito a lo que había
ocurrido. Lo habían conseguido. El ejército de Robert Baratheon,
parte de él al menos, había llegado a las ruinas de Refugio
Estival, y no había señal alguna de los ejércitos lealistas. Y
sólo habían tardado una jornada a marchas forzadas. Había sido
duro. El caballo con el que Damien había llegado a Bastión de
Tormentas había muerto de cansancio mientras él informaba a Robert,
así que le habían proporcionado otro, que estaba igualmente al
borde de la muerte.
A mitad de camino se les unieron los
quinientos hombres que su padre había traído, y volvían a estar
juntos. En total, las fuerzas de Robert sumaban menos de seis mil
espadas. Según los informes, los lealistas eran más de diez mil. El
panorama era desesperanzador.
No hacía ni una hora que habían
llegado cuando los exploradores dieron la señal de alarma. Un
ejército se aproximaba por el sureste; cuatro mil hombres al mando
de Lord Grandison. Robert ordenó el ataque inmediatamente. Fue
glorioso. Cayeron sobre los lealistas cuando aún no se habían
preparado para la batalla. Fue una masacre, y apenas sufrieron bajas.
Durante el combate, Lord Grandison fue capturado, así como
centenares de caballeros. La moral estaba por las nubes.
Era media mañana, y no había noticias
de los otros dos ejércitos, así que Robert ordenó que las tropas
descansaran mientras pudiesen. Robert era increíble. Los hombres lo
adoraban. Damien mismo se sorprendió cuando se dio cuenta de que él
mismo sentía que todo lo que se propusieran sería posible junto a
Robert. Había dicho que llegarían a Refugio Estival antes que el
enemigo, y lo habían hecho. Había dicho que derrotarían a los
lealistas, y lo estaban haciendo. Y verlo en el campo de batalla era
inspirador. Siempre luchaba en primera linea, blandiendo un enorme
martillo de guerra con el que aplastaba a cualquiera que se le
pusiera delante. Era el mismo Guerrero.
Por la tarde, volvieron los
exploradores con noticias. Dos grandes ejércitos se aproximaban por
el norte, aunque los exploradores aseguraban que no llegarían al
mismo tiempo. Robert no desaprovechó la oportunidad. Preparó a las
tropas, unos cinco mil hombres, y formó una linea de batalla. Al
poco tiempo, apareció el enemigo. Era el ejército de Lord Cafferen,
otros cinco millares de soldados. Aquella fue una batalla dura. El
choque entre los dos ejércitos fue brutal. Cientos murieron, incluso
Damien resultó herido, pero al final, Robert prevaleció. Lord
Cafferen fue capturado y se rindió. Pero aquella vez, no iba a haber
descanso. Aún no habían acabado de reagruparse los supervivientes,
que en el horizonte divisaron el ejército de Lord Fell. A Robert
solo le quedaba menos de la mitad de los hombres con los que había
llegado a Refugio Estival. Damien pensó que aquella vez no lo
lograrían. Ahora les superaban en número. Pero con Robert
Baratheon, lo imposible se tornaba posible. Sin amedrentarse, ordenó
formar de nuevo, pero cuando el enemigo se aproximó, ordenó
retroceder. Era una estratagema, y funcionó. Cuando los lealistas
iniciaron la desorganizada persecución, Robert ordenó dar media
vuelta. Fue un choque brutal. Damien luchó junto al señor de
Bastión de Tormentas, viéndole blandir su martillo, asombrándose
una y otra vez. El enemigo les superaba en número, pero seguían
luchando y, por encima de todo, seguían ganando. Damien vio con sus
propios ojos como Robert mataba a Lord Fell en combate singular. El
martillo de guerra le aplastó el yelmo como si fuera una sandía.
Allí se ganó la batalla, pues al verlo, Hacha de Plata, hijo de
Lord Fell, se rindió. Lo habían logrado.
Damien sentía que podían conseguirlo.
Con Robert, lo imposible se había hecho realidad. Con la victoria de
Refugio Estival, los señores de las tormentas que aún dudaban del
poder de Robert y su causa ya no dudarían más. Todos se unieron a
él. Incluso Lord Cafferen, abrumado por el carisma de Robert, le
había jurado lealtad. Ahora, el ejército de Robert, reforzado por
los nuevos aliados, marchaba hacia el oeste, hacia el Dominio, a
asegurar la frontera antes de marchar al norte y reunirse con los
Stark y los Arryn. Damien sonrió mientras marchaba junto a Robert al
frente de la columna. Podían conseguirlo, podían vencer. El
tiránico reinado de los Targaryen llegaba a su fin, y él iba a
ayudar a que un nuevo y mejor rey tomase el Trono de Hierro. Rey
Robert I de la casa Baratheon, pensó Damien, suena prometedor.
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