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lunes, 11 de noviembre de 2013

Crónicas de Vallespino - Prólogo IV

¡Ya está aquí! Ha tardado días, pero por fin está acabado éste nuevo capítulo de Vallespino. Con el desafío de los 30 días, se ha retrasado más de lo que me gustaría, pero creo que valdrá la pena la espera. Además, la propia narrativa ha evolucionado y no me equivocaré al pronosticar que es la mejor hasta el momento. Que disfrutéis.


Fathis


Hacía calor aquella tarde. Fathis se remojó la cara en el riachuelo antes de volver a su puesto. Tras la victoria en Refugio Estival, habían marchado al oeste, con el objetivo de tomar la fortaleza de Vado Ceniza. Aquel era el segundo día de asedio, y de momento, la situación era tranquila. Tras un corto paseo, Fathis llegó a la parte del campamento asignada a las tropas de Vallespino.

 - ¡Eh, Fathis! ¡Fathis! -un joven muchacho corría hacia él. Fathis sonrió al reconocer a su hermano pequeño, Jerimer. Cuando llegó junto a él, resoplaba de cansancio- ¡El señor quiere verte! -Fathis se dio cuenta de que su hermano trataba de ocultar una sonrisa, y parecía emocionado.

 - ¿Quiere verme? -Fathis frunció el ceño- Jerimer, por los Siete Infiernos, ¿en qué lío te has metido ahora?

 - ¿Yo? ¡Yo no he hecho nada! A lo mejor tú has hecho enfadar al señor y por eso quiere verte.

 - No digas tonterías. En fin, veamos qué quiere.

Su hermano le acompañó hasta la entrada de la tienda de Lord Dovyn. Mientras entraba, oyó como Jerimer contenía una risita. "Cuando salga", pensó, "le voy a dar un pescozón." Lord Dovyn estaba sentado frente a una mesa de campaña. Estaba escribiendo algo en un papel, y cuando vio a Fathis, dejó la pluma en el tintero.

 - Ah, mi buen ser Fathis, pasad. Servios algo de beber; seguro que estaréis sediento.

 - Gracias, mi señor.

Mientras él servía vino en un par de copas, Lord Dovyn terminaba de escribir lo que fuera que estaba escribiendo. Se acercó a la mesa y dejó una de las copas frente a su señor.

 - ¿Me habíais mandado llamar, mi señor? -no pudo evitar mostrar su curiosidad.

 - Si, así es -Lord Dovyn firmó el documento, dejó la pluma y secó los restos de tinta-. Sois un hombre leal, ¿no es así? Decidme pues, ser Fathis, ¿por qué me seguisteis cuando yo desobedecí a mi señor?

Aquella pregunta le cogió desprevenido. Dudó un instante, pero al final se decantó por decir la verdad.

 - Mi señor, soy un caballero errante. Hace dos meses, puse mi espada a vuestro servicio a cambio de  vuestra hospitalidad. Hice un juramento, un juramento que me unía a vos y a vuestra causa, fuese cual fuese. Así que cuando me pedisteis que fuese con vos, no me planteé no hacerlo.

Lord Dovyn asintió solemnemente mientras vertía lacre rojo sobre el documento. Apretó su sello mientras la cera aún estaba caliente y le entregó la carta.

 -  Sois un hombre leal, de eso no me cabe duda. Y me habéis servido bien en estos duros momentos que vivimos -Fathis no sabía a dónde quería llegar el señor de Vallespino-. Siempre me he considerado una persona previsora y generosa. Quiero recompensaros.

 - Mi señor, yo no... -Lord Dovyn le hizo callar con un gesto de la mano. Le alargó la carta, y Fathis tuvo que aceptarla.

 - Este documento os garantiza que, una vez ganada la guerra, se os otorgará un título nobiliario y unas tierras para que las administréis. Si perdemos la guerra, y no se os ha llevado el Desconocido, os recomiendo que le prendáis fuego a esta carta y desaparezcáis. Esta es mi recompensa, ser Fathis, por vuestra lealtad y vuestro honor. Sed siempre leal, esa será mi única condición.

Fathis no daba crédito. Aquella era una gran recompensa para alguien de baja cuna como él. Pero antes, debía ganarse la guerra. Esta vez, Fathis tenía un buen motivo para luchar.

 - No tengo palabras para expresaros mi gratitud, mi señor. Vuestra amabilidad no conoce límites.

 - No me agasajéis, ser Fathis, no va con vos. Complacedme en el campo de batalla, demostradme que no me equivoco al recompensaros. Para mi, eso será suficiente.

Fathis hizo una torpe reverencia y se proponía salir cuando la voz de Lord Dovyn le detuvo en el umbral.

 - Una cosa más, ser Fathis. Me gustaría tomar a vuestro hermano como mi escudero. Espero que no os importe; se que os habéis estado encargando de su formación desde antes de entrar a mi servicio, pero creo que el muchacho va a necesitar aprender algunos nuevos modales -Lord Dovyn sonrió mientras se acariciaba su larga y frondosa barba gris. Todo el mundo sabía que Jerimer era un muchacho revoltoso.

 - Será un honor, mi señor -se volvió a despedir con una reverencia y dejó a su señor a solas.

Fuera de la tienda, Jerimer esperaba ansioso, mordiéndose las uñas. Estaba claro que Lord Dovyn ya había hablado con su hermano. Fathis le sonrió y le dio en el pescuezo.

 - Más te vale hacerlo bien y no dejarme en evidencia. Ve, y se útil.

Su hermano le dio un fuerte abrazo, y habría entrado corriendo en la tienda si Fathis no le hubiese mirado con desaprobación. Jerimer respiró hondo y entró con aires de grandilocuencia. Fathis no pudo reprimir una carcajada. Había conseguido que un buen hombre se preocupase por su hermano. "Por fin las cosas empiezan a mejorar", pensó mientras regresaba a su puesto de vigilancia. Qué equivocado estaba.

El enemigo cayó sobre ellos casi sin darles tiempo a reaccionar. Hombres de armas a caballo atravesaron las líneas de defensa del campamento sembrando el pánico mientras la infantería realista entraba a placer. Fathis corrió de vuelta buscando a su hermano y a su señor, espada en mano, esquivando los combates. Los encontró a ambos en mitad de un terrible enfrentamiento. Sin pensárselo dos veces, se lanzó sobre los enemigos que atacaban a su señor. Un golpe descendente de su espada acabó con la vida de un soldado enemigo, y antes de que sus compañeros pudieran reaccionar, clavó su arma en el vientre de un segundo soldado. El hombre cayó al suelo, gimiendo, mientras trataba de contener la hemorragia. Fathis ni se molestó en rematar al enemigo. De un salto, se situó entre Dovyn Hawthorn y los soldados realistas.

El enemigo no dudó. Tenían la ventaja del número y la aprovecharon. Dos hombres se lanzaron contra él. Fathis dio un salto para evitar la hoja de uno mientras bloqueaba la segunda con su escudo. No estaba dispuesto a facilitarles la faena, así que blandió su arma y acertó a clavarla en la axila de uno de ellos. El hombre se desplomó, pero su compañero arremetió de nuevo. Fathis acertó a desviar el golpe con el escudo antes de que le hiriese de gravedad. En ese momento, se permitió el lujo de buscar con la mirada a su hermano y a su señor. Lord Dovyn se sujetaba el costado con la mano izquierda mientras se apoyaba en Jerimer con la derecha, aún sosteniendo la espada. Fathis acertó a ver la gran mancha de sangre que manaba de la herida de Lord Dovyn. No le dio tiempo a ver más. El soldado realista que aún se enfrentaba a él aprovechó su descuido y arremetió de nuevo. Fathis sintió un gran dolor, y durante un instante, todo se volvió del color de la sangre. Con un grito de rabia, arremetió contra su enemigo con el escudo, derribándole por el fuerte golpe. No tuvo piedad. Ensartó su espada con fuerza en el cuello del hombre, hasta que sintió que el arma se clavaba en la tierra húmeda. La sangre salió a borbotones de la garganta del moribundo cuando Fathis extrajo la espada. Sin embargo, el dolor no remitió. Se llevó la mano a la herida, y con un gruñido, comprendió que había perdido el ojo izquierdo. Aturdido por el dolor, Fathis comprendió que la situación estaba comprometida.

 - ¡Jerimer, hemos de llevarnos a Lord Dovyn de aquí! ¡Deprisa! -en aquel momento, dos realistas más llegaban a través de las ruinas del campamento- ¡Corred! Yo les contendré.

Sangrando profundamente, blandiendo con fuerza la espada, ser Fathis Ules se disponía a vender cara la huida de su señor.


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