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domingo, 15 de septiembre de 2013

Caballeros del Cónclave - Déspota (II)

Ante ellos se alzaba una inmensa y poderosa figura de más de dos metros de altura. Iba embutido en una antiquísima servoarmadura negra, con una gran aquila imperial en el pecho y de un costado le colgaba una capa de terciopelo de color blanco hueso. Su rostro estaba arrugado y salpicado de implantes augméticos, perfectamente afeitado y con una capa de pelo canoso que empezaba a ralear. El marine espacial miró a los dos hombres con unos ojos llenos de experiencia, unos ojos que habían visto cosas que no llegaban a imaginar. Unos ojos que atravesaron a Weegum como si fueran proyectiles.

- Prepare a sus hombres para un asalto frontal, capitán.


El marine espacial no esperó respuesta. Tan pronto había terminado, se caló el casco a la armadura con un sonido a hermetización. El casco era negro, como la armadura, pero a la vez era totalmente distinto de los demás. Una gran cresta de plumas blancas lo coronaba, dándole un aire arcaico, ancestral. El marine espacial se dio la vuelta y se internó en la gran boca oscura que era la compuerta trasera del transporte de asalto modelo Razorback que lo había llevado hasta allí. Un instante después, la compuerta se cerró con estruendo y la máquina de guerra aceleró, lanzando gravilla con sus potentes orugas. Weegum y el comisario Ravian se miraron un segundo.

- Maldita sea... ¡Ya habéis oído, soldados! ¡Al ataque, por el Emperador! -Weegum desenfundó su pistola láser. El comisario Ravian ya tenía su pistola bólter y su espada sierra en las manos- ¡Vamos, por el Emperador, por Cadia!

Los dos hombres se lanzaron a la carrera, tras la estela de destrucción que dejaba el Razorbak. Los soldados del Octogésimo Quinto corrieron tras ellos, lanzando gritos de júbilo. Weegum saltó la barricada y corrió por la tierra de nadie, con cientos de sus hombres corriendo detrás de él, ignorando la letal tormenta de fuego láser que les arrojaba el archienemigo. Cuando el capitán llegó al otro extremo de la calle, milagrosamente ileso, se permitió el lujo de mirar atrás. Vio cómo su compañía por entero saltaba las barricadas y corría hacía el enemigo. Vio hombres a los que conocía morir antes de cruzar los escasos sesenta metros que los separaban. Vio al comisario Ravian subido sobre los restos de la barricada, animando a los rezagados a lanzarse a la carga. Un disparo láser que pasó a escasos centímetros de su sien le devolvió a la realidad. Weegum alzó su arma y arrojó una lluvia de disparos a las posiciones del archienemigo. A unos metros por delante vio cómo el Razorback abría sus compuertas laterales y cómo salían a la carrera los marines espaciales. Vio a aquel que le había hablado, acompañado de cinco marines espaciales más; uno de ellos llevaba un estandarte que mostraba un ángel encapuchado atravesando el corazón a un demonio. El bólter pesado montado en la torreta del Razorback escupió muerte sobre las defensas del enemigo, y los marines espaciales se lanzaron a por ellos, abriéndose paso entre cadáveres. Fue entonces cuando lo vio.



Ahí estaba él, alzándose por encima de sus huestes, desafiante, empuñando una terrorífica espada humeante. El Déspota. Un inmenso guerrero que había llevado el caos y la guerra civil a aquel sector. El responsable del levantamiento de diez mundos contra la autoridad imperial. Aquel monstruo había matado al coronel Ferman, había matado a quien había sido su mentor y a quien admiraba. Weegum ardía de rabia. Lleno de desesperación, se lanzó a la carga contra él al tiempo que desenvainaba su sable de energía. El arma vibró cuando pulsó el activador. Weegum descargó el sable contra el Déspota, pero aquel monstruo no lo estaba ni mirando. Esquivó el ataque del capitán y de un manotazo lo envió volando dos metros hasta estrellarse contra un muro. Weegum se sacudió y escupió sangre, aturdido. Al levantar la vista, fue consciente de qué estaba mirando el Déspota. El marine espacial de la cresta había llegado a la carrera, blandiendo una inmensa maza de energía que brillaba con luz propia. El mismo marine espacial brillaba con luz propia. El Déspota lanzó un golpe descendente con las dos manos, pero el marine espacial lo desvió con su maza. Sin embargo, el asesino había previsto el movimiento, y retorciendo las muñecas, volvió a golpear, de abajo hacia arriba. Aquel golpe cogió desprevenido al marine espacial, y Weegum pensó que aquel iba a ser su fin. Pero de pronto todo se volvió blanco. Un repentino resplandor cegó al capitán en el momento justo en el que la espada golpeaba al marine. Cuando recuperó la visión, vio al Déspota buscar con la mirada, confuso. El marine espacial había desaparecido.

- Prepárate para la redención.

La voz llegó amplificada por el casco del marine espacial, que había reaparecido detrás del Déspota. Éste se giró, a tiempo para ver cómo la maza del marine espacial impactaba contra su cabeza. El Déspota dio una vuelta sobre sí mismo y cayó al suelo inconsciente. Casi al instante, los otros marines que lo acompañaban recogieron el cuerpo y lo metieron en el Razorback. Weegum se puso en pie y miró a su alrededor. De pronto, los enemigos que habían presenciado el combate salieron huyendo. El capitán se lanzó en su persecución, seguido de sus hombres, mientras escuchaba por su microcomunicador informes de desbandada general entre el enemigo. Un grito de júbilo se levantó entre los supervivientes del Octogésimo Quinto de Cadia. Weegum se dio la vuelta, para agradecer su ayuda a aquel marine espacial, cuando se dio cuenta de que habían embarcado de nuevo en el Razorback y volvían por donde habían venido. Bueno, ya no importaba. El enemigo se retiraba en desbandada y habían salvado la situación.


El capitán Weegum, del Octogésimo Quinto de Cadia, no lo sabría jamás, pero acababa de presenciar cómo el legendario Sahariel, milenario Señor del Capítulo de los Caballeros del Cónclave, capturaba en combate singular a uno de los llamados Ángeles Caídos. Aquel al que llamaban Déspota, antiguamente conocido como Abiathar, hermano traidor de la Primera Legión, despertaría en lo más profundo de la fortaleza-monasterio de Aaru para ser interrogado sobre sus pecados.

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